Un estudio del Instituto Navarro para la Igualdad ha concluido que las mujeres tienden a postergar la separación o divorcio hasta que los hijos hayan crecido, y tienden a negociar a la baja para reducir los conflictos con la pareja.

Este estudio se ha efectuado a mujeres heterosexuales sin vulnerabilidad social (ni mujeres que hayan sufrido violencia machista, ni mujeres en riesgo de exclusión ni migrantes). En dicho estudio, se señala que las mujeres, aunque son las que más desean emparejarse, son las que más solicitan la separación. Una circunstancia que influye es que en la pareja se van “estableciendo ciertas dinámicas de poder en las que los deseos y necesidades de ellos se convierten en más importantes que las de ellas. Se aprecia un desequilibrio en el reparto del trabajo doméstico y de crianza”.

Estas mujeres aguantan porque tienen mucho miedo de lo que pueda pasar con los menores, ya que ven como durante la relación han sido ellas las cuidadoras principales y dudan de las capacidades de los padres de hacerse cargo por ellos solos del cuidado de los menores cuando los tengan en su compañía. En términos psicológicos, son más vulnerables. Asimismo, las mujeres que han tenido parejas que se han implicado en la paternidad están de acuerdo e, incluso, desean la custodia compartida.

Por otro lado, la investigadora subraya que la tendencia actual es conceder la custodia compartida teniendo más en cuenta la situación económica de los progenitores que la inversión emocional, temporal y física de cada uno de ellos en la crianza. Y en ese baremo, las mujeres salen perdiendo porque han ido perdiendo recursos a lo largo de la relación ya que son principalmente las que cogen excedencias, reducen la jornada o se quedan fuera del mercado laboral porque hay un pacto de pareja para la crianza. Por su parte, ellos en cambio siguen con su promoción profesional y formativa y con sus proyectos laborales.

Finalmente, el informe concluye que es necesaria una mayor formación en perspectiva o enfoque de género para detectar estas desigualdades y discriminaciones en las vías habituales de separaciones y divorcios, como pueden ser los procesos de mediación o de coordinación de parentalidad. El mencionado estudio asegura que “los profesionales tienden, a veces, a tratar a las dos personas como si estuvieran en el mismo plano, y no es cierto. Quizá esa formación ayudaría a facilitar el final. Un final en el que ellas no negocien a la baja o no salgan perjudicadas”.