Toda ruptura entre dos progenitores produce unos efectos en los hijos. Gestionada inadecuadamente, produce dolor en todos los miembros de la familia, pudiendo incidir a los menores negativamente en el ajuste psicológico y social, en la evolución académica o acarrearles desordenes conductuales y de salud física.

Por ello, se ha realizado también un estudio referente al impacto que tiene la ruptura en los hijos. Se diferencia dicho impacto diferenciando las edades de los menores:

  • Desde el nacimiento hasta los 3 años: tiene un impacto indirecto ya que lo que presienten no es su propia angustia, sino la de los padres. Puede acarrear un sentimiento de abandono y es una edad muy importante para el desarrollo del apego con las figuras principales y se debe tener mucha cautela con los tiempos de permanencia con cada uno de ellos.
  • Niños de 3 a 5 años: puede aparecer la culpa por creer que el divorcio de sus padres es por su conducta. Entre las reacciones más típicas se incluyen las conductas regresivas, el aumento de la agresividad, la baja autoestima y la tendencia a la negación de la separación de los progenitores.
  • Niños de 6 a 8 años: la pérdida del rol paterno o materno puede afectarles negativamente en el desarrollo de su personalidad. El hecho de no poder contar con ambos modelos puede incidir en su proceso de identificación, en mayor medida cuando el ausente es el de su mismo sexo. En este periodo el niño puede interpretar la ruptura como el colapso de todo lo que le protege y se genera una ilusión de la reconciliación.
  • Niños de 8 a 12 años: surge en estos menores un fuerte sentimiento de solidaridad familiar, buscando y aceptando todavía las interpretaciones de sus progenitores sobre la moral y la sociabilidad. El divorcio es cosa de los progenitores. Puede castigarse al progenitor que toma la decisión de la ruptura.
  • Adolescentes de 12 a 18 años: se desprenden de la identidad y dependencia de la niñez. Acostumbran a rebelarse contra las normas de los adultos y a seguir la moda de sus iguales. Al final de la etapa establecen sus propios valores y generan sus expectativas de futuro.

Antes de finalizar, debemos recordar que afortunadamente los hijos tienen mecanismos para adaptarse a una nueva realidad familiar. No obstante, como hemos dicho, cuando el conflicto entre los progenitores se alarga en el tiempo o no existe una adecuada coparentalidad positiva, la vida de los menores puede verse seriamente afectada tanto a nivel personal, familiar, escolar y social. Por ello, es importantísimo intentar mantener un comportamiento adecuado con el otro progenitor, pensando así en el bienestar y buena evolución de los hijos.